IMAGINAD CUANTO QUERÁIS. NADIE PODRÁ DECIROS BASTA.
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lunes, 23 de noviembre de 2020

viernes, 1 de mayo de 2020

EL SÍMBOLO





lunes, 15 de abril de 2019

ESCALADORAS DE PARECES


jueves, 4 de abril de 2019

ALETEOS VEGETALES

Símbolo de la transformación

sábado, 17 de noviembre de 2012

IDEARIO HILADO

Agosto
3
Los querientes
   Esta historia empezó cuando los dioses, envidiosos de la pasión humana, castigaron a Zin Nu, la tejedora, y a su amante de nombre olvidado. Los dioses les cortaron el abrazo, que había hecho uno de dos, y los condenaron a la soledad. Desde entonces, ellos viven separados por la Vía Láctea, el gran río celeste, que les prohíbe el paso.
   Pero una vez al año, y durante una sola noche, la séptima noche de la séptima luna, pueden encontrarse los desencontrados.
   Las urracas ayudan. Uniendo sus alas, ellas tienden el puente en la noche del encuentro.
   Las tejedoras, las bordadoras y las costureras de toda China ruegan que no llueva.
   Si no llueve, la tejedora Zin Nu emprende su camino. La ropa que viste, y que pronto desvestirá, es obra de la maestría de sus manos.
   Pero si llueve, las urracas no acuden, en el cielo no hay puente que una a los desunidos y en la tierra no hay fiesta que celebre las artes del amor y de la aguja.

Los hijos de los días, Eduardo Galeano

viernes, 10 de agosto de 2012

EL LIBRO DE LOS SERES IMAGINARIOS

UN REY DE FUEGO Y SU CABALLO

Heráclito enseñó que el elemento primordial era el fuego, pero ello no equivale a imaginar seres hechos de fuego, seres labrados en la momentánea y cambiante sustancia de las llamas. Esta casi imposible concepción la intentó William Morris, en el relato El Anillo dado a Venus del ciclo El Paraíso Terrenal (1868-70). Dicen así los versos:

El Señor de aquellos demonios era un gran rey, coronado y cetrado. Como una llama blanca resplandecía su rostro, perfilado como un rostro de piedra; pero era un fuego que se transformaba y no carne, y lo surcaba el deseo, el odio y el terror. Su cabalgadura era prodigiosa; no era caballo ni dragón ni hipogrifo; se parecía y no se parecía a esas bestias, y cambiaba como las figuras de un sueño.

Tal vez en lo anterior hay algún influjo de la deliberadamente ambigua personificación de la Muerte en el Paraíso Perdido (II, 666-73). Lo que parece la cabeza lleva corona y el cuerpo se confunde con la sombra que proyecta a su alrededor.
EL GRAN BORGES


viernes, 6 de julio de 2012

CÁLIZ, CONSAGRADOR DE VINO

Abre sus mundos. Un cáliz la colma.
La libertad se alza, tú le diste alas,
las vides ciñen su belleza clara,
y el jugo de la vida le da forma.

Todo ha germinado. Nada es desierto.
Viniste a darme alas. Alas tengo.

lunes, 2 de mayo de 2011

ECO Y NARCISO

En la versión contada por Ovidio, la ninfa Eco se enamora de un vanidoso joven llamado Narciso, hijo de la ninfa Liríope de Tespia. Preocupada por el bienestar de su hijo, Liríope decidió consultar al vidente Tiresías sobre el futuro de su hijo. Tiresías le dijo a la ninfa que Narciso viviría hasta una edad avanzada mientras nunca se conociera a sí mismo.

Un día, mientras Narciso estaba cazando ciervos, la ninfa Eco siguió sigilosamente al hermoso joven a través de los bosques, ansiando dirigirse a él pero siendo incapaz de hablar primero, ya que la diosa Hera la había maldecido a sólo poder repetir lo que otros decían. Cuando finalmente Narciso escuchó sus pasos detrás de él pregunta: "¿Quién está ahí?" y Eco respondió: "¿Quién está ahí?", y continuaron hablando así, pues Eco sólo podía repetir lo que otros decían, hasta que Eco se mostró e intentó abrazar a su amado. Sin embargo, Narciso rechazó a la ninfa y le dijo vanidosamente que le dejara en paz, y se marchó dejándola sola. Eco quedó desconsolada y pasó el resto de su vida en soledad, consumiéndose por el amor que nunca conocería, hasta que sólo quedó su voz.

Por lo que se refiere a Narciso un día sintió sed y se acercó a beber a un arroyo, quedando fascinado por la belleza de su reflejo, por lo que no se atrevió a beber por miedo a dañarlo e incapaz de dejar de mirarlo. Finalmente murió contemplando su reflejo y la flor que lleva su nombre creció en el lugar de su muerte.

CRISTINA ROSENVINGER