El hogar se convierte en un templo: nadie juzga, nadie acapara, nadie duele.
Me llevo bien con los fantasmas de mi mundo interno. Creo que esa es la clave.
El hogar ha de ser domesticado a través del afecto, moldeado a nuestra medida emocional.
En estos meses de reclusión he anhelado otros lugares, pero nunca sentí la prisión, porque mi hogar tiene los brazos cálidos.
Cuando lo compré hace 20 años estaba desnudo, "pero lo fui vistiendo, no sé de qué ropajes" (parafraseo a mi querido Juan Ramón), y esos ropajes, que no son fastuosos, me abrigan.
Las fibras me tienen atrapada desde que mi abuela me enseñó a tejer con 8 años.
Ahora, esas fibras, me las regala la tierra que veo desde la ventana, sin dólares de por medio, sin petróleos, sin crueles injusticias. Me las regala, generosa y atenta, mientras sonríe.
Juncos y espartos me mecen en las noches de brisa.
La sencillez de los días brilla mientras sueño sin prisas.
¡Es tan hermoso!
No todo ha sido malo este tiempo.
La belleza de las fibras también sirve para ponérselo difícil a las moscas, que dan mucho por saco.
Cortina de junco y papiro Patri