Me cuesta tirar cosas. A todo le veo utilidad. A veces me he reprochado no saber viajar ligera de equipaje.
Aunque durante estos días me he alegrado de mi síndrome de Diógenes.
Tenía unas bolas de madera de un asiento antiguo de un coche. Nunca llegué a tirarlas.
Ahora se han convertido en parte de una cortina. Están acompañadas de trocitos de junco y de esparto. Seis de los churros de esparto están tintados con vino.
Vino de uvas que mis manos vendimiaron.
Mosto pisado por mis pies descalzos.
Y ahora son parte de mi hogar como una huella.